«Las Superocheras», la potencia de la gestualidad y el cuerpo como un soporte para comunicar

Desde los sesenta y hasta la actualidad el trabajo de diferentes artistas latinoamericanas con la Super 8 se explora en esta muestra: denuncia, emancipación, transgresión de género y pensar lo femenino

 

Ciudad de México (N22/Ana León).- Lo que empezó como una investigación “con la idea de tener claridad sobre la producción de Súper 8 de artistas desde los años sesenta hasta la actualidad”, decantó en una exposición que reúne el trabajo de veinte artistas de América Latina que hicieron de este formato una herramienta para explorar temas como el espacio histórico, político y geográfico, el propio cuerpo, lo cotidiano, lo doméstico, lo femenino y la representación de la mujer en el arte.

Las Superocheras, curada por Regina Tattersfield, a quien pertenecen las palabras entrecomilladas, explora el trabajo de artistas como Ana Mendieta (Cuba), Mariana Botey (México), Narcisa Hirsch (Argentina-Alemania), Poli Marichal (Puerto Rico), Vivian Ostrovsky (Estados Unidos-Brasil), entre otras, que hicieron de esta innovación de la tecnología, surgida en 1965, una herramienta clave en la construcción de diferentes narrativas o lenguajes más allá del objeto. En su trabajo, el medio no se convirtió en el mensaje, pero sí en una vía de construcción de pensamiento, de autoexploración, autorepresentación y [re]descubrimiento.

Como curadora ya has propuesto una disposición y una narrativa dentro de la exposición, ¿por cuál pieza inicias y por qué? ¿Qué te dice esa pieza o filme?

No fue fácil hacer un recorrido porque la idea de esto es que se proponga la exposición como una especie de archivo abierto, un archivo abierto por primera vez; el reencuentro con materiales del pasado que siguen resonando en el presente. Al hacer la revisión de las piezas me di cuenta que había ciertas coincidencias y me hizo pensar que se podía dividir en siete espacios. El primer espacio es también el último y es por el que yo comenzaría y terminaría, que es el de “Autogeografías”. Este núcleo integra tres piezas: la de Marta Minujín (Argentina) que son dos Súper 8 que se están reproduciendo dentro de la réplica de un nido de pájaro hornero; después Volcán, de Ana Mendieta (Cuba) y luego Caída libre, de la artista chilena, Rosario Cobo. Las tres son de distintas generaciones, Ana y Marta más contemporáneas, y Rosario tiene como 35, 36 años. Este núcleo lo propongo como punto de partida y como punto de llegada de la exposición porque es un núcleo que configura tres cosas que a mí me parecen fundamentales y que resuenan a lo largo de todas las piezas: la potencia de la gestualidad y de la corporalidad en relación a las piezas. En las tres piezas el cuerpo tiene mucha presencia y mucha comunicación. Una de las potencias que exploro y que en realidad más bien veo en esta selección es cómo la cámara Súper 8 impulsa el poder del cuerpo, el empoderamiento del cuerpo, y le da a las mujeres la posibilidad de autorepresentarse y de utilizar el cuerpo como un soporte para comunicar.

Autogeografías, el nombre de ese núcleo es tomado de la pieza de Marta, es justamente la puesta en escena de cómo las artistas indagan sobre una identidad geográfica, geopolítica, latinoamericana que tiene que ver con mitos prehispánicos. Me parecía loco empezar y terminar en este mismo lugar, pero es un poco la idea al plantear una historia circular, una historia que no es cronológica y encontrando tres piezas de tres distintas generaciones y de tres distintos países que nos están hablando de latinoamérica.

Y en esta historia circular, me parece relevante hacer una analogía: la cámara Súper 8 como el celular ahora, da esa facilidad, en el contexto de cada época, de hacer grabaciones domésticas e incluso cine, esa llamada democratización de los medios. Pues la Super 8 estaba destinada al uso doméstico pero se volvió un formato muy popular y dio cierta libertad a artistas y a no artistas. ¿Lo pensaste en algún momento así?

Lo es. Es muy atinado lo que apuntas porque sí, la cámara Super 8 nació como un formato casero de uso doméstico y eso es interesante porque si te pones a pensar en la historia del cine, es muy masculino todo ese medio. Hay mujeres pero son generalmente actrices, o editoras o fungen como elementos que están detrás de la cámara, como sujetos-elementos. La cámara Super 8 es justamente la posibilidad, que a nosotros ya nos parece bastante cotidiana, que es tener una máquina contigo para utilizarla como quieras, para registrar lo que tú quieras, no importa si eres artista, fotógrafo, si eres una persona que nunca ha estado en contacto con el arte, si sólo quieres grabar a tu familia o amigos. Efectivamente, es como el primer impulso de esa especie de “democratización de los medios”, pero no tiene el alcance que tiene el lenguaje electrónico y digital que nosotros tenemos. […] De hecho esos índices de uso de la cámara también a mí me sirvieron para entender que era de uso doméstico. En la exposición en realidad vamos a ver a mujeres artistas trabajando con la cámara, registrando performance, haciendo piezas, llevándosela de viaje y haciendo una bitácora de viaje, otras sí configurando piezas muy concretamente, pero justo esa diversificación que hace posible tirar la idea de arte y un poco desestabilizar la idea del objeto artístico, y, además, entrar en otros procesos sociales y de discurso. Esa posibilidad que da tener este medio a la mano.

Es justo este formato el que dio la posibilidad de registrar lo cotidiano y he visto, en diferentes exposiciones, abordada de diferentes maneras, que hay una necesidad o impulso de volver a lo cotidiano justo para desmitificar el objeto artístico. El arte está en la vida cotidiana, en una calle, y este formato permitió el registro de este archivo, de estas imágenes que se vuelven postales de vida de diferentes geografías.

Hay un lema que surge con el movimiento feminista, lo que se conoce en Europa como la segunda ola, pero que se conoce en Latinoamérica como el movimiento feminista latinoamericano que es “lo personal es político”. Esta exposición se lleva a cabo dentro del programa del M68 y en realidad no tiene nada que ver con el movimiento del 68, pero está inscrita dentro de una especie de pensamiento del 68. Justamente, previo al 68 y después del 68, es que se da el boom del movimiento feminista en los países latinoamericanos y este lema se empieza a llevar a distintos ámbitos y claramente al arte, al arte feminista o al arte configurado desde el feminismo.

Lo personal es lo cotidiano. Las mujeres empiezan a hablar de su condición como amas de casa, como madres, como madres solteras, como nunca madres, entonces esos aspectos de la vida cotidiana empiezan a ser abordados en términos generales en el arte y claramente registrados con la cámara Super 8. Hay, de hecho, un núcleo que se llama Vida cotidiana. Ahí vemos pasajes que tienen que ver con las relaciones afectivas, cómo se van configurando las mujeres a partir de que se van distanciando de la idea “original” de cómo ser una esposa, las formas tradicionales de tener una relación, hasta un paso por la calle de la playa Copacabana viendo cómo hombres y mujeres trabajan con sus cuerpos. Sí, hay una inscripción de lo cotidiano como nosotros lo tenemos actualmente, pero sin redes sociales.

 

 

Más allá de lo que vemos todos los días, feminicidios, violencia de género, violencia doméstica, discriminación laboral, diferencia salarial, ¿por qué sigue siendo necesario hacer esa diferencia de aglutinar una exposición sólo de mujeres que trabajan en un formato en específico y tratando temáticas correspondientes a “lo femenino” o a su concepción de “lo femenino” en diferentes épocas. ¿Es necesario hacer esta diferencia y no solamente hablar del trabajo de un artista sin remarcar el género?

Yo me lo pregunté mucho porque también ¿qué es ser mujer?, en términos de crecer en una especie de configuración de ser mujer y de entender el mundo como mujer. Ahora, cuando me lo pregunto no llego tampoco a una respuesta muy concreta, pero lo que sí veo y adonde sí llego es a las respuestas que me han dado las artistas que tienen mucho interés en que este tipo de configuraciones sucedan porque es un periodo muy amplio. Hay artistas que actualmente tienen 78, 79 años y son artistas a las que realmente sí les tocó luchar y reconfigurar sus espacios.

Si investigas los índices de coleccionismo o de arte hecho por mujeres o arte hecho por mujeres en museos, sigue siendo bastante desequilibrada la presencia de géneros aunque ya no haya géneros, aunque los géneros estén super transgredidos, afortunadamente, y seamos mucho más libres para pensarnos como seres independientemente de esas interpretaciones. Sin embargo, esta es la primera vez que se cuenta esta historia. Si ves la historia en términos generales, tradicionales y luego la ves desde otros ojos, puedes ver distintos hilos. Hay ahí también una intención de ponerlas a dialogar y ver qué tanto se cruzan o que tanto no. Finalmente, la primera pieza que tenemos es una pieza de Super 8 que está buscando ser cine y la última pieza cronológicamente que tenemos, es una cámara destruida. Ahí ya te das cuenta de que son generaciones que han llevado procesos, desde la Super 8, de distintas maneras, pero que siguen compartiendo ciertas intenciones y ciertas búsquedas.

Justo en esta difuminación de barreras entre géneros, pienso que sería más fácil hablar de seres humanos que de hombre o mujeres. Creo que a veces al hacer esa diferencia se acentúa ésta misma, se mantiene.

Hay cosas que necesitan empoderarse en territorios en común para después configurarse como parte de un todo. Si nunca has visto que hay mujeres trabajando y haciendo Super 8, la idea de lo masculino, del hombre que agarra la cámara, de la teoría, de lo académico, está en la mente. Creo que no se resuelve del todo.

Uno de los ejes aborda qué es lo femenino, los feminismos, la emancipación, la transgresión de los géneros. Y en esto que te preguntabas, ¿qué es ser mujer?, están las configuraciones que se han ido dando de lo que se supone es “ser mujer” o lo que se entiende es “ser mujer”, ¿cómo lo entendiste en esta exposición con un espacio temporal tan amplio y entre artistas diversas?

El cine tiene mucho que ver con el psicoanálisis, tiene esta posibilidad de secuencia de imágenes en movimiento que te permiten tener una experiencia que cuando vas al cine y sales te sientes todavía dentro de la película. Me he preguntado mucho sobre cómo será cuando el público entre a la sala, y yo misma lo haga, y 28 filmes estén proyectándose de manera simultánea hablando desde distintos lugares. ¿Cómo eso me va a atrapar a mí? ¿Cómo me voy a configurar como sujeto histórico, como mujer?

A mí lo que me ha quedado claro es que la idea que yo tenía de mujer, no es, no existe. Lo femenino puede serlo todo o puede ser nada. Mónica Mayer, que es una de las artistas que está aquí y que es una artista feministas, describe: arte femenino, arte feminista, feminismo, lo femenino en el arte. Creo que es uno de los más atinados esfuerzos que en el campo de las artistas se ha hecho, de entender cuál es esa inscripción que podría hacer feminista o femenino al arte.

Hay un par de revistas en donde hay unas entrevistas que se hicieron en 1975, que fue el primer año que se celebró el día de la mujer en México, con la retórica de Echeverría. Carla Stellweg hace el primer seminario en México de Arte y feminismo, es la primer vez que se escucha este binomio. Ahí, y la entrevista está en grande para que la gente la pueda leer, se hacen exactamente las mismas preguntas que nosotras nos hacemos ahorita: ¿qué es lo femenino?, ¿cómo entender qué es ser mujer a partir de que veo un arte producido por mujeres? Hay varias respuestas. Finalmente creo que, en esa entrevista, en términos generales, y viendo toda esa obra, creo que lo femenino es lo que humanamente tú configures como femenino y no necesariamente apropiándote de lecturas sino como decía Lourdes Grobet, otra de las superocheras, “sin someterte a nadie y vivir en plena libertad”. Esta exposición va por ahí, tratar de revelar “lo que no es”.

Hay una configuración del cuerpo como espacio político que se gesta desde los años sesenta y me parece muy importante. Ahora también se vuelve al cuerpo como espacio político, ¿notas alguna diferencia, son las mismas inquietudes, las mismas referencias al cuerpo como este espacio de empoderamiento, de lucha, de poner el cuerpo para exigir?

Creo que los años treinta, cuarenta y los años sesenta, por hablar del siglo XX, son clave para entender lo que vivimos hoy. Creo que esta idea de entender al cuerpo como un lenguaje propio en el que habitamos y desde donde podemos hablar, sí es una idea que, sobre todo, sí se configura en esa época y es muy claro si lo lees desde la historia del arte porque el cuerpo empieza a meterse, se abre el performance, se abren las acciones, se abre el happening. Y justo una idea que tengo y que tengo que explorar mucho más es cómo la cámara se configura como un miembro más del cuerpo. Ya no sólo tenemos dos manos, dos ojos, dos piernas y demás, sino que además tenemos una cámara con la que podemos estar registrándolo todo, a nosotras mismas, a nosotros mismos y al mundo que nos rodea. Pienso en cómo hoy se manifiestan todas estas distintas posibilidades de estar reconfigurando hasta físicamente los cuerpos y me parece que quizá en esta exposición podamos encontrar ciertos indicios de lo que las artistas crearon pero que también recuperaron de mujeres y de movimientos feministas desde los siglo XVII, XVIII.

Hablas de “la transición de la tecnología como medio creativo hacia una transformación del lenguaje estético más allá del objeto”. ¿Me podrías hablar un poco más de eso?

Siempre me ha gustado indagar la historia de la tecnología y lo hago cada vez que puedo. La historia de la tecnología es una historia de la guerra, básicamente. Hay un artículo de George Orwell que habla sobre cómo los gringos ponen en las manos de todos el cómo se puede hacer una bomba atómica en la Guerra Fría y este artículo resume muy bien la dialéctica de la producción de la tecnología a partir de la guerra. El arte entra dentro de esa historia, un amigo me decía “tienes que darte cuenta, el arte está en la guerra”. Incluso, cuando hay un artista que innova, se dice que es un artista de “vanguardia” y el término es absolutamente de guerra. Me estimula mucho pensar que el arte puede estar metido como una historia oculta dentro de esa historia bélica.

La tecnología en el arte se ha revisado, no tanto, pero lo que me ha interesado es explorar la tecnología desde América Latina. Ver tecnología, apropiación de la tecnología, uso, cómo se hace reversible ese uso de alguna manera y se configura desde el lenguaje artístico me parece una ruta bastante interesante de explorar. Te hace preguntarte si realmente vale la pena seguir utilizando la tecnología o no, y si la vas a utilizar, cómo la vas a utilizar. Finalmente la cámara es tecnología. La cámara fue creada en francia, pero muchas marcas alrededor del mundo fueron innovando por procesos comerciales y de ventas, entonces, esas innovaciones trajeron nuevas posibilidades hasta incluso llegar al sonido, las primeras cámaras son silentes, las segundas ya tienen micrófono, audio, etcétera. Todos esos procesos finalmente también reconfiguran la posibilidad del lenguaje artístico.

 

Las Superocheras inicia su ciclo expositivo en el Museo del Chopo este jueves 8 de noviembre.

 

Imágenes: Cortesía del Museo del Chopo