“El espejo y el agua”, el mundo interior, palabras primitivas

Poeta, músico y periodista, José Ramón Ripoll presentó en la FIL Zócalo esta antología poética que nos remite en su carrera hasta 1981; es publicada por Ediciones del Lirio 

 

Ciudad de México (N22/Perla Velázquez).- José Ramón Ripoll, es la segunda vez que pisa los terrenos de la Feria Internacional del Libro del Zócalo. En 2015, dice, se quedó maravillado por la participación de la gente, la diversidad de escritores, pero sobre todo “porque las personas se acercan a nosotros, los escritores; ellos sin ser especialistas, ni tener compromisos con el autor, sin conocernos, se sientan y escuchan con una atención que es difícil de observar en otros países.”

El poeta y músico dirige, desde 1991, la RevistAtlántica de Poesía, una publicación española que ha evoca a la producción literaria que se hace en Iberoamérica. Ésta llevó al también periodista a conocer gran parte de la poesía mexicana, entre ellos a sus autores: “tuve la oportunidad, cuando salió el primer número, de conocer a Octavio Paz, quien de alguna manera me aconsejó, me dirigió e introdujo a la lírica mexicana.” En la revista, Ripoll dedicó un número a México y aunque dice que no es especialista en la poética de este país, sí confiesa que es un lector que se quedó sorprendido por la frescura y la escritura tan diversa que se hace.  

El autor de Estragos de la guerra vino a México para presentar El espejo y el agua (Ediciones del Lirio, 2018) una antología que reúne desde los primeros escritos del poeta hasta el libro que le llevó a ganar el Premio Internacional de Poesía de la Fundación Loewe en 2016.

En el libro se incluyen sus primeros poemas escritos en El sermón de la barbarie, ¿por qué decidió empezar con este texto?

Hay otros libros antes de ese. Existe, por ejemplo, La Tauromaquia, pero esos textos no es que no me sienta agusto con ellos es que aún no los he corregido. A mí me gusta corregir la poesía día a día, porque para mí no es un álbum de fotos, sino un espejo en el que yo me asomo y me gusta verme reflejado tal y como soy, aunque el poema lo haya escrito hace muchos años.

Entonces, Mariana Bernárdez, quien seleccionó y preparó esta antología, decidió incluir los primeros libros desde 1981, yo no quería hacerlo, pero ella se empeñó y han quedado bien.

Las temáticas que toca en esos primeros poemas tienen que ver con el contexto político social que se vivía en España, ¿cómo fue regresar a esta escritura?

Mi primer poemario se llamó La Tauromaquia, que era una especie de trasunto de La tauromaquia de Goya, que como sabemos es una visión sobre la historia y el carácter turbulento que hemos tenido los españoles entre esa guerra y civilismo entre el toro y el torero, y que quedó plasmada con amor y odio. Yo no soy taurino, pero sí me gusta mucho esa serie de Goya, con ese pretexto plasmé una serie de problemas que en aquellos años de la transición democrática eran importantes.

Nunca he sido un poeta social, en el sentido estricto del término, pero sí era un hombre preocupado por todo lo que ocurría a mi alrededor, aunque luego me he ido decantando por una búsqueda mucho más interior, una cuestión dentro de mi alma. Yo creo que la última serie de poemas que aparece en la antología se percibe esa introspección en el alma de todos y no en el yo.

En este recorrido que hace a través del libro se incluye El humo de los barcos, serie de poemas que escribió tras los recuerdos de su infancia.

Hay que decir que yo no soy un poeta autobiográfico, en el sentido de que no soy un poeta que cuenta historias, no me puedo considerar un poeta del neorrealismo, ni de la experiencia, ni de la sentimentalidad, sino yo creo que soy un poco de todo eso.

La poesía no está separada de la biografía, pero cuando introduzco elementos biográficos de mi infancia, tengo en cuenta que eso no se convierta en el motivo central del poema, porque creo que la poesía es forma y no tiene argumento. El argumento de la poesía surge de una célula sonora que deriva en pensamiento, es decir, la música de la idea que decía Rubén Darío.

¿Cómo ha trabajado esta relación entre música y poesía?

Yo empecé a escuchar música desde muy pequeño. Me he dedicado a ella profesionalmente durante todos estos años de mi vida, tanto a la difusión de la música a través de los medios y la radio en España, como a través de los escritos e investigación musicológica, es decir, indagaciones que tienen que ver con la relación entre poesía y música.

Para mí, escribir un poema no es algo diferente a componer una pieza musical. A lo mejor escribo el poema porque ya no compongo piezas musicales, como cuando empecé, porque en mis inicios profesionales componía. La poesía, creo, nace de un pensamiento musical, de una frase musical que de pronto te viene en un sueño, una situación inesperada y que no sabes que eso construirá un poema, que posiblemente derivará como un río, en una sonata, en variaciones o en una especie de formulación musical, pero que contiene un pensamiento y significado porque es un lenguaje.

La labor de un poeta es no dar otro significado a las palabras, sino otorgarle ese significado auténtico que quizás se perdió a lo largo de los tiempos.

Esa exaltación de la palabra que se asoma en La lengua de los otros lo llevó a ganar el Premio Internacional de Poesía de la Fundación Loewe en 2016.

Ese libro es el último que he escrito y es más que un culto a la palabra, porque es la búsqueda de la palabra primitiva que a veces hemos perdido al llegar al mundo. En este libro traté de hacer una introspección, un viaje hacia atrás, por eso llegue a mi infancia, incluso escribí sobre el útero materno, para situarme en esa línea divisoria que separa la existencia de la no existencia, la vida como posibilidad.

Entonces, he tratado de escuchar el eco de una palabra “Primera”, es decir, la primitiva, la originaria, sin ser demasiado metafísico, porque creo que todo es mucho más real de lo que parece. Por eso se llama La lengua de los otros, que es el lenguaje común que nosotros utilizamos para comunicarnos. Sin embargo, no se puede olvidar esa primera palabra.

El espejo del agua permite ver estos pensamientos, en donde la poesía es una plataforma para transmitirlos.

Esta antología se puede leer como un libro que cuenta una historia, porque los poemas están escogidos de principio al final y no sólo remiten a una evolución poética y estilística, sino a una evolución humana.

Para mí, la poesía es conocimiento, no es simplemente un estilo ni un artificio lingüístico. El título del libro no es fortuito, está escogido de un poema que hace referencia a la forma de reflejarse y de reflejar ante todo ese mundo interior que es el que realmente nos conforma frente a quizás toda la propaganda y contaminación del lenguaje exterior que nos rodea.