Contra el olvido

A cincuenta años de la masacre de Tlatelolco miles salen a la calle para recordar, para exigir justicia, para no olvidar

 

Ciudad de México (N22/Ana León).- El sol intermitente de otoño y la plaza es una verbena. Así, en medio de reverencias a los muertos nos hacemos, una vez más, de la plaza pública, ponemos el cuerpo. Salimos a la calle a hacer preguntas, a cuestionar la realidad, a asumir nuestras responsabilidades políticas, a ejercer nuestra ciudadanía, a exigir justicia. Salimos, también, a encontrarnos con el otro, a ver al otro y, por un momento, a erradicar esa cultura de miedo al otro que el aparato institucional ha esparcido. Salimos porque cincuenta años atrás otros se hicieron de ese derecho para nosotros. “Mira, ellos [señalando a un pequeño contingente de chicos que llegan para la marcha], ellos son parte de lo que conseguimos en aquellos años, que ellos puedan estar hoy aquí es porque nosotros salimos hace cincuenta años”, dice Ignacia Rodríguez.

 

 

¿Qué simboliza la reapropiación del espacio público? En un país donde se comparten historias de separación y ocultamiento, donde se es víctima, familiar y ciudadano, sobran las razones  para poner el cuerpo en la calle. “Y es que el 2 de octubre ya no es sólo una causa, es muchas causas”, continúa Ignacia o “La Nacha”, como le gusta ser llamada.

Son las tres de la tarde y en la Plaza de las Tres Culturas hay música, huele a copal, se vende comida. En un templete parte del Comité 68 habla; en otro, los anarquistas hablan. En un momento ambos discursos se enciman. Los primeros piden la palabra y los segundos la toman. Desde la plaza miro hacia la terraza del tercer piso del edificio Chihuahua y veo a una mujer mayor de suéter rojo contemplando todo. Encaramada con los dos brazos sobre la baranda y la barbilla recargada sobre ellos, observa. El sol en su rostro. Está sola.

Desde aquí partirá un contingente encabezado por los líderes estudiantiles ahora parte del Comité 68 al que se le sumarán tres más. Uno proveniente del Ángel de la Independencia, otro del Casco de Santo Tomás y uno más del Monumento a la Revolución. Pero aquí todo está listo. Un lazo separa a la vanguardia de las lentes de las cámaras y aglutina al contingente. Entre indicaciones salidas de un altavoz, el sonido de los helicópteros peinando la zona, caminamos por Flores Magón, luego Eje Central. Al comité lo siguen los padres de los 43 normalistas desaparecidos de Ayotzinapa, el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México, la sociedad civil.

 

 

Avanzamos. Hay consignas, se toman fotos. El sol abrasa un momento y luego se oculta. Hay encuentros, rostros que se reconocen entre la multitud, abrazos, un “nos vemos más tarde” y la marcha sigue. Al pasar el desnivel de Lázaro Cárdenas, se enumeran a los desaparecidos, 1, 2, 3… 43, pero se cuenta hasta 43 porque ¿cómo enumerar a miles?, ¿cómo visibilizar la ausencia? La resonancia del paso a desnivel potencia las voces. Luego el grito universitario: un Goya, un Huelum, un “2 de octubre no se olvida”. En las paredes, estos mensajes: “¿Quién? ¿Quiénes? Nadie”, “Ni una menos”, “Únete pueblo”, “Prohibido prohibir”, y como cada año, desde hace cincuenta años: “Ni perdón, ni olvido”.

 

 

La vanguardia mantiene el paso. Entra por 5 de mayo y hace una pausa. Más adelante un performance, “No más agresión”, se lee en su pancarta. Continúa el recorrido y el contingente llega a la Plaza de la Constitución. En el escenario la Banda Tlayacapan. Luego Karina Gidi lee “Memorial de Tlatelolco”, de Rosario Castellanos.

 

La oscuridad engendra la violencia
y la violencia pide oscuridad
para cuajar el crimen.
Por eso el dos de octubre aguardó hasta la noche
Para que nadie viera la mano que empuñaba
El arma, sino sólo su efecto de relámpago.

 

Se hace el pase de lista y viene el silencio, un minuto, y la “V” en miles de manos se levanta: venceremos, ¿vencimos? Dijo Lorenzo Meyer días atrás en una entrevista con Semanario N22: “Se arriesgaron, los mataron, a la cárcel otros, aplastaron al movimiento y por un tiempo el sistema parece que ganó, pero no ganó.”

 

 

Son más de las siete, empieza a oscurecer y siguen entrando contingentes, el de Filosofía y Letras, el de Artes y Diseño, ambos de la UNAM. No hay más discursos, sólo música. La gente sentada en el piso charla, come, fuma, descansa. Y es que, pese a aisladas manifestaciones de violencia, la mayor parte de la jornada fue tranquila, permitió el encuentro porque ¿no es esa parte de la esencia de este tipo de eventos: solidarizarnos, encontrarnos, identificarnos?

 

Imágenes: Ireli Vázquez, Ollin Buendía, Ana León