Sonidos y silencios de Cage en México

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Una microexposición documental y biográfica, parte de la serie Pasajeros del Museo Jumex, mapea las dos visitas del músico estadounidense a nuestro país 

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Ciudad de México (N22/Ana León).- Para John Cage la música es el mundo del sonido. Este “inventor”, como ha sido descrito por el legendario editor y escritor italiano, Roberto Calasso –aunque primero fue llamado así por su principal maestro, Arnold Schönberg–, desde muy temprano nos sacudió con dicha obviedad: “la música es el mundo del sonido, por lo tanto algo que no empieza y no termina en la sala de concierto sino que nos acompaña en cada instante de la vida”. Deconstruir los cánones y las estructuras clásicas de la música atrajo hacia él la no aceptación de aquellos puristas de la música y de públicos en diferentes latitudes, salvo algunos agradecidos de que nos haya invitado a “salir de la jaula, poco importa en la que se esté.”

John Cage, nacido en Los Ángeles en 1912, visitó México en 1968 y en 1976, y trabó amistad con Octavio Paz con quien mantuvo un intercambio de misivas cuando éste  fue diplomático mexicano en la India. De esta amistad y de una cita no concretada surgió el libro de Cage, A year from monday. También fue cercano al músico mexicano Mario Lavista quien hizo una partitura inspirado en la geometría; con Merce Cunningham visitó la Ciudad de México en 1968. De estos y otros encuentros da cuenta Pasajeros 03: John Cage, una muestra en el sótano del Museo Jumex en la que papeles de archivo son exhibidos para contar las historias de las visitas del también micólogo. Ésta, es parte de un serial de microexposiciones documentales y biográficas del mismo nombre (Pasajeros).

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Cage demanda una escucha atenta. Para introducirse en su trabajo “no hay que entrenar los oídos si no la mente”, escribió también Calasso. Se precisa de paciencia para entender, por fragmentos, el paisaje sonoro que va construyendo o deconstruyendo. Discípulo de Schönberg y cercano a Marcel Duchamp, en 1937 da lectura, en una conferencia, a su Credo, una especie de manifiesto en la que declara su gusto por el ruido y el uso de los sonidos de la vida cotidiana (el motor de un camión, por ejemplo) como instrumentos musicales. La visión de Cage es radical y evidencia, en los otros, el miedo a la posibilidad de las nuevas experiencias sonoras. Para él la música de los siglos XVII y XIX no es música sino una mera “Organización de Sonido”.

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Pese a sus detractores, Cage siempre apostó por ir más allá de los convencionalismos no sólo en lo musical, como inventor, dice Calasso, “su invento específico ha sido el de introducir discretamente, infantilmente, un poco de Vacío en la música. Ahora, aquel Vacío tiene para todos nosotros una función saludable […] porque una de las enfermedades más graves que padecemos es la del Lleno: la enfermedad de quien vive en una continuidad mental ocupada por un torbellino de palabras entrecortadas, de imágenes tontamente recurrentes, de inútiles e infundadas certezas, de temores formulados en sentencias antes que en emociones.”

En su visita a México, en 1968, junto a la compañía de Merce Cunningham, que ofreció tres programas durante el mes de julio -los acompañaban también el compositor Gordon Mumma y el pianista David Tudor- Juan Vicente Melo, escritor y crítico musical de la llamada Generación del Medio Siglo, platicó con el músico y el coreógrafo en el Hotel Ritz. Y es que Cage musicalizó varias de las piezas escénicas que Cunningham presentó como parte del Programa Cultural de la XIX Olimpiada. Pero mucho antes, en 1943, ambos habían empezado a experimentar en el ejercicio de “tener que coincidir sonidos e instantes”, dijo Cunningham en aquella entrevista, lo que posteriormente llamaron “operaciones casuales”, ejercicios artísticos en los que la danza y la música son independientes y “sin embargo coexistentes”.

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Esta charla es extensa y puede leerse en los muros de esta muestra. En ella, Cage vuelve a abordar la tesis que ya habíamos mencionado: “Considero que una pieza de música debe ser útil. No sólo para mí sino también para los demás y que debe servir precisamente para que abramos nuestros oídos a los sonidos que nos rodean por todas partes, de manera que nuestra facultad de gozar del sonido esté en nosotros más que en la obra de arte, porque si está en nosotros entonces estará tanto cuando estemos fuera como dentro de una sala de conciertos.” Una escucha desbordada, más allá de lo musical, de sonido y silencio. Es en esta propuesta en la que radica la genialidad de uno de los compositores referentes del siglo XX.

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