En los límites de la empatía

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Una mujer fantástica, película del chileno Sebastián Lelio, llega este viernes a salas de cine comerciales; la cinta está nominada a Mejor película extranjera en los Óscares

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Ciudad de México (N22/Ana León).- El cine chileno se toma su tiempo, como el mismo idioma, hace una pausa. Respira. Una palabra sucede a la otra con el sonido arrastrado y el aire encapsulado. Así las escenas, una a una se van enlazando, sin presiones, sin exigencias de tiempo. Sebastián Lelio no tiene prisa por contarnos esta historia, la de Marina Vidal (Daniela Vega), una transgénero que pierde a su pareja, un hombre mayor de clase media dedicado a los textiles y con una familia que dejó atrás para vivir su vida amorosa y sexual lejos de las convenciones de género.

Cada escena en Una mujer fantástica (2017) va trazando las líneas de la personalidad de cada personaje. Y aunque a ratos se percibe lenta, el filme no pierde su ritmo ni cae. Las tomas concentradas en el rostro de la actriz transgénero Daniela Vega, que suprimen el cuerpo y persisten en la emoción, permiten al espectador hacer a un lado nociones preconcebidas sobre el cuerpo del otro y lo que corresponde a las funciones, las acciones, las reacciones y los modos de éste, lo que se considera como “normal”, lo biológicamente aceptable.  

El filme, en palabras de su director, en una charla con El Comercio (Perú), es “una película transgénero sobre una mujer transgénero”, que provoca preguntas como: ¿cómo miramos a los otros?, ¿cómo nos relacionamos con los otros?, ¿qué tipo de relaciones y sentimientos son normales? Cuando la piel es la misma en todos ¿qué determina lo que es correcto o incorrecto?

Lelio hace una reflexión, en una secuencia de imágenes sencillas y estilizadas, sobre la identidad y los derechos de las minorías. Entre la estética bien cuidada de las imágenes y el realismo de la vida cotidiana, crece este personaje: cantante lírica, de cabaret y mesera, que navega en las antípodas de lo real y lo surreal, que transita como un fantasma por la ciudad (Santiago) y que a ratos es sostenida por el viento. Al final con un “ya” y una exhalación, se planta en el escenario, abre la boca y canta, y de su voz emana el sonido de la supervivencia. “Lo que está en el aire”, dice el cineasta, “es la crisis de los límites de la empatía”, el aprender a vivir juntos y, por supuesto, en el absurdo del no entendimiento entre seres humanos, “nuestra propia supervivencia.”

Con este quinto largometraje, el cineasta chileno obtuvo el premio a Mejor película iberoamericana en los Premios Goya y actualmente compite en la categoría de Mejor película extranjera en los Óscares.

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