Hacia la abolición del azar

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¿La administración digital del mundo está provocando el desplome del libre albedrío? El filósofo francés Éric Sadin apunta algunas hipótesis de este tránsito a lo que llama una “gubernamentabilidad algorítmica” en su ensayo La humanidad aumentada

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Ciudad de México (N22/Noé Cárdenas).- La inteligencia artificial, o IA, se ha convertido en un campo de desarrollo científico y tecnológico clave en el planeta, a tal grado que Vladimir Putin declaró recientemente que “Quien se convierta en el líder en esta esfera se convertirá en el gobernante del mundo”. También son conocidas las posturas de Mark Zuckerberg y Elon Musk al respecto: el primero es optimista y dice que la IA producirá inimaginables beneficios para la humanidad; y el segundo es pesimista y ha creado dos empresas para combatir los peligros que, según él, conlleva la no regulación de la IA: OpenAI y Neurolink.

Para el filósofo francés Éric Sadin (París, 1973), la IA está provocando el desplome del libre albedrío, y este es uno de los asuntos que se perfilan en su ensayo La humanidad aumentada. En éste, Sadin plantea que estamos ante el regreso de Hal, el robot que cuidaba a la tripulación de la nave Discovery One en la película de Kubrick 2001: Odisea del espacio. Sólo que, en este retorno, Hal estaría diluido en la IA que poseen los software de las computadoras y las aplicaciones para teléfonos inteligentes.

Sadin apunta que el modelo de humanismo que nació en la Florencia renacentista y que alcanzó su pináculo en el Siglo de las Luces –es decir, el que considera al humano como un ser dotado de la capacidad de definirse con libertad a sí mismo y de actuar con responsabilidad–, está en declive debido a la creciente delegación de decisiones a los agentes que funcionan a partir de la IA. Estos agentes –escribe Sadin– son “una suerte de nuevo tipo de animal doméstico, impalpable, integrado, continuamente modulable y adiestrado para brindarnos sus poderes de conocimiento y de sugestión, superiores de forma indefinida a nuestra aprehensión inmediata de las cosas”.

Vivir todo el tiempo en compañía de estos “animales domésticos” omnipresentes es lo que “aumenta” la humanidad en una nueva realidad que Sadin llama “antrobológica” (el lector echa de menos una explicación etimológica de este término que aparece constantemente en las páginas del libro). “Se trata de un acompañamiento algorítmico de nuestra existencia que puede parecer benevolente aunque en realidad tiene finalidad comercial y esconde intereses privados”, señala Sadin.

El filósofo también señala que en nada ayuda a evitar el desplazamiento del humanismo el hecho de que la tecnología tiene un carácter demiúrgico que nos maravilla. El conocido apotegma de Arthur C. Clarke que dice que una tecnología muy avanzada es indistinguible de la magia, se hace presente gracias a los microcomponentes, digamos, de los teléfonos inteligentes: todo mundo los usa pero pocos saben cómo funcionan realmente. Este estado de permanente maravilla, el hecho de tener un alter ego superior a nosotros mismos, influye en el ocaso del libre albedrío.

Sadin ejemplifica esta dependencia y sus casi imperceptibles formas de penetración con los videojuegos. Se trata de una suerte de coerción soft en la que la realidad se gameifica: el azar en los videojuegos está controlado por una IA que aprende los movimientos del jugador y que conduce dicho “azar” hacia finales predeterminados. Por este camino, las aplicaciones de los teléfonos inteligentes buscan “alisar” la realidad encauzando al individuo a cumplir fines cotidianos supuestamente óptimos.

Uno de los retos que se deben enfrentar en la actualidad –señala Sadin– es que el régimen jurídico con el que contamos surgió del modelo humanista hoy en declive, y si los entes con IA capaces de aprender y tomar decisiones “éticas” (durante una guerra, abstenerse de bombardear una zona con mucha población civil) llegan a cometer un error desde el punto de vista humano, ¿a quién hay que responsabilizar?

Hoy cada cual cuenta con un asistente personalizado que es capaz de predecir nuestros gustos y estados y sugerirnos compras, ejercicios físicos, dietas, atuendos, etc., a tal grado que constituimos individuos híbridos, en los que la carne depende cada vez más del silicio. Que cada cual decida si deja que los algoritmos predeterminen su existencia o que su libre albedrío permita que entren en juego lo sensible, la contradicción, la imperfección y el conflicto que conforman la condición humana.

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Éric Sadin, La humanidad aumentada. La administración digital del mundo. Caja Negra, Colección Futuros Próximos 11, Buenos Aires, 2017, 159 pp.

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