Variación espacial

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Luis Felipe Ortega propone una relectura de la escultura habitable de Mathias Goeritz en El Eco; la instalación está a un mes de concluir su ciclo expositivo

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Ciudad de México (N22/Ana León).- Invitado por David Miranda, artista y curador, a realizar una intervención en el espacio del Museo Experimental El Eco, el artista mexicano Luis Felipe Ortega (Ciudad de México, 1966) desplegó A propósito del borde de las cosas, dos esculturas monumentales y un par de dibujos en carboncillo con los que empata en una misma sala el absurdo beckettiano (que no se manifiesta de manera material en la sala sino en la creación de atmósferas y búsquedas personales) y la arquitectura emocional de Mathias Goeritz.

Dos muros, uno vertical que se ubica al interior de la sala y otro horizontal que se proyecta desde el interior hacia el exterior, al patio del museo, fragmentan la libre circulación del espacio y proponen una nueva lectura de éste. Alojados en las paredes se encuentran un par de dibujos al carboncillo que se quiebran o despliegan en un solo eje siguiendo la forma de dicha pared. Desde una altura superior a la mirada de cualquier espectador, ahondan en la idea de horizonte. La horizontalidad en la que ambos dibujos profundizan se contrapone con la verticalidad del muro que los sostiene.

Dialogar y tensar, intervenir y apropiarse, trabajar y crear a partir de la obra de otro. En estos bordes se mueve esta intervención a la “escultura habitable” que es El Eco, en la que no sólo juega con el espacio y el tiempo, sino también con las posibles experiencias del espectador.

La luz y sus variaciones son uno de los elementos que definen la forma en que el espectador se confrontará con la propuesta del artista, además de las activaciones literaria, sonora y de movimiento (acciones corporales) que se han propuesto desde el día en que fue abierta al público (10 de junio). Un mes antes de que concluya esta intervención, vale la pena transitarla y habitarla de forma efímera, pues Ortega abre un paréntesis frente al desbordamiento de estímulos que impone la tiranía del consumo de estímulos visuales y empata la exploración espacial orquestada por Goeritz, en 1953, con su Manifiesto de la Arquitectura Emocional y la propia, que reclama la participación activa del espectador.

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