¿Qué pinta un diamante fabricado con las cenizas de un arquitecto en un museo?*

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La exhibición de La propuesta, de Jill Magid, en el MUAC, ha agitado conciencias y detonado el debate. Alejandro Hernández Gálvez, arquitecto y editor, reflexiona sobre la obra

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Todas las imágenes: jillmagid.com

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Ciudad de México (N22/Ana León).- Tres hechos: 1) En 1988, sin haberse casado y sin hijos, el Premio Pritzker 1980, Luis Barragán, murió, legando a su amigo y socio Raúl Ferrera los derechos de autor y su archivo profesional (documentos, fotografías, dibujos y maquetas de sus obras). Cinco años después, al suicidarse éste, la herencia pasó a manos de su viuda Rosario Uranga quien vendió el archivo por un millón de dólares al galerista neoyorquino Max Protetch.

2) Cautivada por la obra de Barragán tras visitar México, en 1994, Federica Zanco recibió como obsequio (¿de compromiso?) el archivo del arquitecto mexicano adquirido por el dueño de Vitra, Rolf Fehlbaum, en 2.5 millones de dólares, en 1995. Una año después, la historiadora de la arquitectura creó la Fundación Barragán con sede en la empresa suiza, la cual dirige hasta la fecha.

3) En 2012 la artista estadounidense Jill Magid (Connecticut, 1973), arrancó The Barragán Archive, un proyecto multimedia de largo aliento que “examina el legado del arquitecto” y los intereses público y privado (el de los guardianes del archivo) que lo rodean: “Al desarrollar relaciones a largo plazo con diversas entidades personales, gubernamentales y corporativas, Magid explora la intersección de lo psicológico con lo judicial; la identidad nacional y la repatriación; los derechos de propiedad internacional y la ley de derechos de autor; la autoría y la propiedad. El proyecto está en curso y da lugar a una serie de objetos, instalaciones y actuaciones. Las exposiciones del proyecto existen como oportunidades para impulsar la narrativa y reflejan –en el trabajo– los parámetros legales del país en el que se muestra”.

La propuesta (The proposal, 2015) se desprende de este proyecto. El 23 de septiembre de 2015 la artista extrajo de la urna del arquitecto que permanece en la Rotonda de los Jalisciences Ilustres –con autorización de Hugo Barragán, sobrino de éste, quien murió el 13 de febrero de este año– 525 gramos de sus cenizas con las que la empresa Algordanza AG, a petición de Magid, fabricó un diamante de 2.02 quilates. El 31 de mayo del 2016 el diamante montado en un anillo –que hace referencia al archivo como obsequio de un supuesto compromiso alegado por la artista para justificar el diseño de la pieza– fue ofrecido a Zanco a cambio de que el acervo fuera devuelto al país y estuviera abierto al público; de negarse, el anillo continuaría exhibiéndose. La pieza ya ha sido mostrada en la Kunsthalle Sankthalle Sankt Gallen (4 de junio del 2016-21 de agosto del 2016) y en el San Francisco Art Institute (8 de septiembre de 2016-15 de diciembre del 2016).

La obra que llega al MUAC este 27 de abril como parte de la muestra Una carta siempre llega a su destino. Los archivos de Barragán, curada por Cuauhtémoc Medina y Alejandra Labastida, ¿ha cumplido con la intención de la artista de crear una “narrativa” y evidenciar los “parámetros legales del país en el que se muestra; de desestabilizar las estructuras de poder institucionales”?

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Jill Magid, The Barragán Archive (2012-a la fecha)

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Con ánimo de abonar al análisis no así a la polémica, el arquitecto, editor y director de contenidos de la revista de arquitectura Arquine, Alejandro Hernández Gálvez, aborda la obra de Magid y su llegada al MUAC, a partir de cinco ideas/conceptos propuestos por quien escribe.

Ética en el arte contemporáneo

Nulla aesthetica sine ethica. La sentencia latina se ha repetido muchas veces. Si la ética tiene que ver con el valor de nuestras acciones, entonces no hay acción humana que escape a implicaciones éticas y en ese sentido no hay por qué suponer que suceda con el arte. Pero la sentencia también ha sido a veces invertida: no hay ética sin estética. No se trata —sólo— de una romántica genealogía de la moral sino, sobre todo, del papel crítico que tiene el arte moderno y contemporáneo y de su capacidad de hacer “sensible” —estético, pues— lo que nos toca. El arte —una novela, una escultura, una intervención— puede hacer “sensibles” —visibles, audibles, presentes— las implicaciones y complicaciones éticas de nuestros actos. En el caso del trabajo de Jill Magid sobre Barragán, funciona casi como un cuestionario sobre las implicaciones éticas de lo que es una obra, cómo se apropia, qué es el nombre del autor y con qué autoridad se ejerce, desde el nombre del autor, control sobre las maneras de apropiarse de su obra, entre otras preguntas.

Patrimonio cultural Vs. propiedad privada

La misma idea de patrimonio implica, incluso etimológicamente, la noción de propiedad y también de propietario: es aquello que cae bajo el control del jefe de familia”. Bajo su control o bajo su dominio, palabra que refiere también a la casa, a la propiedad privada. La noción misma de patrimonio, pues, así sea cultural, deriva de una concepción económica —palabra que, de nuevo, se refiere originalmente a la administración de lo privado, de lo propio, de la casa. La idea de patrimonio cultural supondría una apropiación colectiva de “bienes”, materiales o intangibles, que no se agotan en la propiedad e incluso la limitan: el dueño de un edificio patrimonial puede no estar autorizado para transformarlo radicalmente y menos para demolerlo o el dueño de una pieza arqueológica no puede, por ejemplo, sacarla del país. Hay otras variantes de patrimonio cultural que son incluso inapropiables, como una lengua. Con todo, la idea misma de patrimonio supone alguien o algunos a cargo de cuidarlo, gestionarlo, procurarlo y administrarlo. Volviendo a la obra de Magid sobre Barragán, hace ver que la distinción entre patrimonio cultural y colectivo y la propiedad privada no es un corte limpio y sin residuos, sino que hay zonas vagas y ambiguas que articulan tales ideas.

Mercantilización de la cultura

La mercantilización de la cultura es una pérdida, no una ganancia de valor. Al valor de culto y al de exhibición —que, siguiendo vagamente a Walter Benjamin, marcarían el paso del objeto ritual al artístico—, se sobrepone el valor como mercancía de la obra que, al mismo tiempo, disuelve los otros valores. En el caso del valor de exhibición, la mercantilización o bien lo sofoca, limitando o controlando la manera como la obra puede ser reproducida e incluso recibida, o lo agota por multiplicación y entonces el copyright se vuelve un derecho a la copia ad infinitum y ad nauseam siempre que se “respeten” los derechos mercantiles. En el caso del valor de culto, ya se ha dicho que la mercancía funciona de acuerdo a la lógica del fetiche El trabajo de Magid sobre Barragán nos hace reflexionar sobre la distancia entre la circulación simbólica de una obra artística y su circulación mercantil —o la restricción de la misma.

Propiedad intelectual

Clara Porset desarrolló variaciones al diseño tradicional del butaque, una silla baja de madera y cuero, generalmente sin brazos. En 1945 rediseñó una de esas butaques para Luis Barragán, la llamada Miguelito, que está registrada a nombre de Barragán, no de Porset. La propiedad intelectual es un asunto complicado. Pensada muchas veces como equivalente de la propiedad mercantil, es decir: en términos económicos y patrimoniales, ignora las complejidades de la tradición y de la influencia, de la interpretación y de la colaboración. Se asumen como análogas la patente de una fórmula y la forma de una silla, el plano de una casa y la casa o la partitura y la interpretación de una sonata grabada en un disco. Pero la relación entre productores y consumidores con los objetos culturales, por llamarle así, tampoco es unívoca y determinada para siempre de una sola vez. Todo gran escritor es antes un gran lector —Borges dixit— o, dicho de otro modo, no hay productor de objetos culturales que no sea al mismo tiempo un obsesivo consumidor. Sus deudas, acaso, mayores que los bienes que genera. La propiedad intelectual pensada sólo desde aspectos económicos y mercantiles dificulta, cuando no rompe, esa circulación de ideas. Esas cuestiones también operan en el trabajo de Magid.

Archivo

“No comencemos por el comienzo, ni siquiera por el archivo. Sino por la palabra «archivo» —y por el archivo de una palabra tan familiar”— escribió Jacques Derrida. “Arkhé, recordemos, nombra a la vez el comienzo y el mandato.” Derrida explica que el arkheîon griego era, “en primer lugar, una casa, un domicilio, una dirección, la residencia de los magistrados superiores, los arcontes, los que mandaban.” Ellos tenían a su cargo representar a la ley y su casa era el lugar donde se depositaban los documentos oficiales. Así, “no sólo aseguran la seguridad física del depósito y del soporte sino que también se les concede el derecho y la competencia hermenéuticos: tienen el poder de interpretar los archivos.” Para Derrida, el archivo es el lugar que “marca el paso institucional de lo privado a lo público, lo que no siempre quiere decir de lo secreto a lo no-secreto.” Al archivo se le exige que “esté depositado en algún sitio, sobre un soporte estable y a disposición de una autoridad hermenéutica legítima.” Derrida califica como poder de consignación: no sólo “el hecho de asignar una residencia o de confiar para poner en reserva, en un lugar, sobre un soporte, sino también el acto de consignar reuniendo los signos.” La consignación, agrega, “tiende a coordinar un solo corpus en un sistema o una sincronía en la que todos los elementos articulan la unidad de una configuración ideal.” Se establece así, gracias a la autoridad del archivista y a la condición del archivo, un valor único de cambio para la interpretación. De eso también trata el trabajo de Jill Magid sobre Barragán.

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*Parafraseando la pregunta realizada en la contraportada de Bajos sospecha (2008), de Boris Groys, acerca del urinario de Duchamp, libro que analiza la sospecha en el arte contemporáneo.

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