Vampiros, no saben sino su sangre

  • A cien años de la muerte de Bram Stoker
Por Noé Cárdenas
DISTRITO FEDERAL, México, 20/04/12, (N22).- 
A la luz de una vela fueron escritas las novelas del siglo XIX. A la luz de una vela es que deberían leerse, sugiere Gaston Bachelard, para que el espíritu del leyente se pueble de las sombras que iluminaron con su luz oscura las almas brumosas de los escritores de género gótico.
A Drácula, la genial creatura que suele confundirse o, mejor, fundirse con su creador, habría que figurárselo bajo esa luz tenue y hechizante que alarga las sombras y despierta el ansia de sangre soterrada del alma.
El autor de origen irlandés Bram Stoker, ido de este mundo hace cien años, fue uno de esos escritores victorianos que volcaron las pulsiones más recónditas del inconsciente en forma literaria.
Ora inspirado por la situación que sufrió el también dramaturgo Bram Stoker con Henry Irving, el actor que lo explotaba; ora por las fábulas que le contaba su amigo húngaro Arminius Vámbéry-, Drácula, el vampiro por excelencia, se consolidó como un arquetipo sin el cual la modernidad no estaría completa.
El ansia de inmortalidad sobajada a una mera necesidad fisiológica por la sangre; la soledad más profunda en la que puede caer el anhelo que le da sentido a la vida; el amor eternamente postergado o silenciado por la luz del día – son algunos de los dones paradójicos de estos seductores ángeles caídos.
El erotismo y la sexualidad que hallan en el vampirismo una zona franca donde los cuerpos se funden en un ritual paradójico, donde el éxtasis místico erótico se vuelve condición de no-muerte, es una de las características más atendidas hasta la fecha tanto en obras literarias posteriores a Drácula, como en sus innumerables versiones, paráfrasis y parodias fílmicas.
El hecho de que los vampiros cuenten con sus propias leyes naturales, o mejor, anti-naturales, los coloca de inmediato en una situación antagónica a las costumbres circadianas y a las leyes humanas, de tal suerte que es fácil magnificarlos como una especie de dadores de la vida eterna al margen de la promesa evangélica.
En este sentido, el ritual y el sacrificio propios del vampirismo se antojan una opción libertaria y sacrílega, diversa e integradora, erótica a más no poder, no apta para las almas limpias.
Gozosos, desolados, hambrientos, lujuriosos, sabios, anhelantes o inmensamente tristes, los vampiros, no saben sino la sangre.
Foto: http://bit.ly/JqZkIK
12NC

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *